Llegará nuestro otoño indeciso,
y los saltamontes transportarán, apenas cobrando,
aquella luz tan seca.
La van a juntar muy detrás de tus ojos,
donde de manera natural
las mujeres esconden islas,
aromas
o reflejos, pintados con tiniebla.
Yo voy a ser tan solo una parte de la tristeza terrenal veraniega,
porque sé,
que el verano no es nada más que tú.
Porque podría comprarte
una gota enorme de leche
y sentrame cerca del trigo,
hasta que se haga sol,
luego nieve,
y luego pan.
Antes de que soltemos las cigüeñas
a que se busquen diplomas de ángeles,
prometo enseñarte mi manuscrito – como un desmayo.
Es tan bonito,
que los pájaros tengan papeles del cielo,
y nosotros tengamos los significados de septiembre,
palabras,
membrillos,
y helada de golpe.
Es tan bonito,
el que juguemos a capas y a rosa mosqueta,
el que andemos a tientas por la semántica,
como si fuera un almiar.
Pero hay algo más que el todo –
el que no sepamos nada…
Y si se puede,
que este nada sea una hoja otoñal.
Y si se puede,
que paremos un segundo bajo las hojas que caen –
ellas – siempre hechas de puntos suspensivos y de amarillo.
Y si se puede,
que nos quedemos en el aire,
que no caigamos.
Y si se puede –
que estemos solos –
los saltamontes, tú y yo.
Y si se puede,
que no venga ningún invierno indeciso.
Los copos de nieve son los derrochadores más grandes del blanco.
Incluso dicen por ahi,
que esa nieve tiene un banco para sentarse y un jardín.
Y un librito de poemas –con hojas blancas dentro de él.